12.11.01

La mentira del Pentágono como arma de guerra

30 ¤ SEPTIEMBRE ¤ 2001
La mentira del Pentágono como arma de guerra
Carlos Fazio

"Cuando empieza la guerra, la primera víctima es la verdad". Acuñada en los días de la primera gran conflagración -la de 1914-18, la guerra más manipulada hasta hoy-, la famosa frase exhibe el uso de la mentira con fines de propaganda. Como arma de guerra. Esta semana, un oficial del ejército de Estados Unidos reveló a The Washington Post que en la "guerra informativa de gran intensidad" en curso, se iba a "mentir" a la prensa. Que se impondrían "nuevos y estrictos límites" a la información. Es decir, a la libre expresión. Al reproducir la noticia, los corresponsales de La Jornada, Jim Cason y David Brooks, consignaron que el Departamento de Estado ya "censuró" transmisiones de la Voz de América y un programa humorístico de la cadena ABC. Asimismo, denunciaron una creciente campaña para "asegurar" la "lealtad" de los periodistas en la cruzada belicista de George W. Bush contra el régimen talibán de Afganistán.


Un día después, en un confuso desmentido, el propio secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, explicó que "podría haber circunstancias en las cuales sería necesario no ofrecer la verdad" a los medios. Apremiado sobre si en la "campaña de operaciones de información" -y como parte de la guerra sicológica contra el enemigo- el Pentágono podría divulgar información falsa, Rumsfeld respondió: "supongo que uno nunca dice nunca". Recordó incluso la frase de Winston Churchill de que "a veces la verdad es tan valiosa que tendría que ser acompañada con un guardaespaldas de mentiras..."


Junto con la censura, la autocensura y el patriotismo en los medios, en tiempos de guerra cobran auge la manipulación y el lavado de cerebro. Escudados en la "seguridad nacional", los gobiernos mienten, tergiversan los datos y calumnian al enemigo, queriendo hacer pasar por información objetiva lo que en realidad es propaganda y/o guerra sicológica. Unos y otros esgrimen que Dios está de su parte, y sólo al final se descubre que Dios estuvo del lado de los ejércitos más fuertes.


Uno de los principales vehículos de la propaganda bélica son los medios masivos de comunicación. Pero como dice Noam Chomsky, "los medios son el soporte de los intereses del poder". A menudo distorsionan los hechos y mienten para mantener esos intereses. Si los medios fueran honestos, dirían: "miren, éstos son los intereses que representamos y con esta perspectiva analizamos los hechos. Estas son nuestras creencias y nuestros compromisos". Sin embargo, se escudan en el mito de la objetividad y la imparcialidad. Pero esa máscara de imparcialidad y objetividad forma parte de su función propagandística.


El tema no es nuevo. En 1917, el presidente Woodrow Wilson creó el Comité de Información Pública, que tuvo como blanco auditorios nacionales y extranjeros. Ante la ausencia de la radio y la televisión, el comité recurrió a la prensa escrita y al cine. Utilizó las técnicas de la publicidad comercial. Los objetivos planteados, fueron: 1) Movilizar la agresividad y el odio de la población y dirigirlo contra el enemigo para socavar y destruir su moral. 2) Dinamizar y preservar el espíritu de lucha del propio país. 3) Desarrollar y conservar la amistad de los países aliados. 4) Fomentar la amistad de los países neutrales y en lo posible obtener su apoyo y colaboración durante la guerra. Lo mismo que está haciendo George W. Bush ahora.


Una norma clave para la construcción del Tercer Reich, con Hitler, señalaba que "toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel intelectual a la capacidad receptiva de los menos inteligentes de los individuos a quienes se desee que vaya dirigida. De esa manera, es menester que la elevación mental sea tanto menor cuanto más grande la muchedumbre que debe conquistar". Eso debía ser así, porque "la capacidad receptiva de las multitudes es sumamente limitada y su comprensión escasa". Esa técnica de sicología de masas ha sido seguida ahora por Bush para la construcción de un enemigo: el nuevo diablo, Osama Bin Laden. Es la misma que siguió su padre, George Bush, durante la guerra del Golfo: el diabólico Hussein.


La guerra sicológica utiliza una caracterización maniquea (negro/blanco, bueno/malo) para describir al enemigo. En su obra sobre técnicas de propaganda en la guerra, H.D. Lasswell cita el comentario de Rudyard Kipling: "sea como fuere que el mundo pretenda dividirse, hoy hay sólo dos divisiones: los seres humanos y los alemanes". El bien y el mal tienden a personificarse. En cuanto a estereotipos, los japoneses eran malísimos e impenetrables, y los alemanes fríos y despiadados. A los comunistas rusos, que encarnaron "el imperio del mal", finalmente Dios y el mercado los castigaron. Después de la guerra del Golfo, The Guardian de Londres publicó un estudio comparativo de la terminología usada en la prensa para referirse a los aliados y los iraquíes. Los aliados tenían "ejército, marina y aviación", Irak una "maquinaria de guerra". Los aliados daban "directivas generales" a los periodistas, Irak "censura" y "propaganda". Los aliados "eliminan", Irak "asesina". Los soldados aliados eran tratados como "los muchachos", los iraquíes como "hordas". Los primeros eran "profesionales", "héroes" y "prudentes", los segundos "resultado de un lavado de cerebro", "carne de cañón", "cobardes", "bastardos" y "fanáticos". Los misiles aliados causaron "daños colaterales", los "viles" misiles iraquíes "víctimas civiles". Bush padre era "resuelto", "un seguro estadista", Saddam Hussein "el carnicero de Bagdad", "un tirano diabólico", "monstruo enloquecido".


De Crimea a Afganistán
La primera guerra que se fotografió fue la de Crimea, en 1860. Las imágenes reprodujeron naturaleza muerta; cadáveres o estructuras de defensa. La Guerra de Secesión, en Estados Unidos (norte contra sur), fue la primera de la era industrial con participación de masas. Y también la primera guerra contemporánea de los medios de comunicación, prensa y fotografía, de masas. Como señala Ignacio Ramonet, la coincidencia de la guerra de masas y los medios de masas hizo que los estados mayores se tuvieran que plantear cómo intervenir para que la "opinión pública" -los ciudadanos que financian la guerra- no supiera exactamente lo que pasa en ella, para que no pesara en su conducción. Ese abismo entre lo que percibe la opinión pública y lo que viven los participantes se acentuó durante la Primera Guerra Mundial. Allí se inventaron los llamados oficiales de comunicación, que suministraban "información" a los corresponsales de guerra, que no tenían acceso al frente ni una percepción directa de lo que estaba ocurriendo. La historia mediática de la guerra de 1914-18 estuvo basada en la manipulación y el lavado de cerebro.


El modelo se modificó en la Segunda Guerra Mundial. Simbólicamente, fue la guerra de la democracia contra el totalitarismo nazi. Por tanto, la guerra de "la transparencia y la verdad" contra "la propaganda" de Goebbels y el régimen hitleriano. Los estadunidenses dejaron que los corresponsales acompañaran a sus tropas de avanzada; la idea fue que la sociedad tenía derecho a saber exactamente lo que hacían sus soldados. Pero la lógica estadunidense de que la guerra debe ser tan transparente como la democracia, y de que los medios de masasdeben ilustrarla y actuar como "espejo", sin ningún tipo de filtro, produjo el síndrome de Vietnam. Fue esa la primera guerra rodada en directo. Pero la "operación espejo" de los medios generó un rechazo a la guerra -y a las razones que llevaron a hacerla- en la opinión pública de Estados Unidos. Los ciudadanos descubrieron a un ejército cruel, injusto. Vieron a sus soldados sacrificar y torturar civiles, bombardear aldeas y utilizar napalm contra la población. En buena parte debido a la televisión, el país no estuvo ya detrás de sus soldados. La guerra se perdió militar y sicológicamente. La noción de la "transparencia" entró en crisis.


La lección de Vietnam fue vivida como una verdadera catástrofe mediática por el ejército estadunidense. Pero el Pentágono y la OTAN sacaron enseñanzas. Durante la guerra de las Malvinas, en 1982, se introdujeron modificaciones. Si bien el conflicto enfrentaba a una potencia nuclear, Gran Bretaña, con un país del Tercer Mundo, Argentina; a una democracia con una autocracia castrense, como dice Ramonet, la superioridad militar inglesa, reflejada según la doctrina del espejo, corría peligro de dar una impresión detestable. Se podía ganar la batalla militar, pero perder la batalla mediática. La prioridad de Londres fue controlar a los medios de comunicación. Para ello idearon la cobertura a través del pool, un pequeño grupo de periodistas acompañado y controlado por militares especializados. Una forma de "orientar" la información. Las Malvinas fue la primera guerra sin imágenes desde la aparición de la fotografía. El exitoso esquema fue utilizado después por los franceses en Chad y por el Pentágono en las invasiones a Granada y Panamá.


Durante la guerra del Golfo, Estados Unidos introdujo cambios estructurales en la información de masas. Ignacio Ramonet le llama "el modelo 1989", derivado de tres acontecimientos mediáticos ocurridos ese año: la revuelta de la plaza de Tiananmen, en Pekín; la caída del muro de Berlín, y la guerra civil en Rumania. Gracias a la autonomía de la televisión para ir a cualquier parte y "transmitir en tiempo real", todo el mundo asistió en directo a la represión en Tiananmen. Durante la apertura del muro de Berlín, Dan Rather, de la CBS, repitió la frase "están ustedes viendo la historia en marcha". El mediador entre el acontecimiento y el ciudadano espectador o lector, desaparece de la relación. El periodista pasa a ser también testigo del hecho. Surge una nueva definición de la información. Sencillamente, informar es hacernos asistir al acontecimiento. No hay causas. No hay actores. No hay historia. La realidad se ve como un partido de futbol. Sólo que el deporte tiene reglas y la historia no. El sistema comunicacional se lavó las manos. Dejó solo al espectador. Le dijo: yo no le informo ni bien ni mal. Usted se informa solo. Es su responsabilidad. Se abandona la responsabilidad social de la información. Rumania, "la mayor mentira mediática en la historia comunicacional moderna", se nutrió de los otros dos sucesos. Otra vez asistimos a la guerra civil en directo, con base en otra tecnología, el montaje de la realidad y la mentira. Pero se dio un "efecto biombo": mientras el mundo estaba ocupado en Rumania, Estados Unidos invadía Panamá.


Dos años después, la guerra del Golfo se construyó con base en una serie increíble de manipulaciones y falsedades. "Es la suma de las Malvinas, más Pekín, más Berlín, más Rumania", dice Ramonet. A la censura clásica por amputación (ocultar al público occidental que Arabia Saudita es un régimen autocrático) se le añadió la absurda tesis de que Irak tenía el cuarto ejército del mundo. Había que movilizar a la opinión pública estadunidense a fin de obtener consenso para la intervención del Pentágono, y dejar atrás al síndrome de Vietnam. Mike Digel, el mejor manipulador de masas de EU, el hombre que inventó a Ronald Reagan, montó una serie de imágenes de alto impacto que reproducían el "salvajismo" iraquí. Pero jamás existieron en la realidad; fueron filmadas en Nuevo México.

Fue un ejemplo de astucia. La batalla mediática supone inteligencia para producir y utilizar imágenes. Esa doble inteligencia es indispensable para conducir conflictos y para hacer que al ciudadano le sea cada vez más difícil establecer la frontera entre la verdad y la mentira. En la guerra del Golfo, los dioses de la imparcialidad (los locutores) actuaron como maestros de ceremonias de un telemaratón del Pentágono. Se acogieron al "modelo deportivo". El espectáculo, la emoción. Algo similar ocurrió ahora con la destrucción de las Torres Gemelas. Horas y días las imágenes de los aviones estrellándose una y otra vez contra el World Trade Center de Nueva York. "Usted ve la historia hacerse ante sus ojos".

De nuevo la autoabolición del periodista. La ideología del directo. Pero el Pentágono ya había comenzado a fabricar al nuevo Satán; al nuevo Hitler. Al bastardo de turno Bin Laden. Se intoxicó a la muchedumbre, espectadora silenciosa. Se la desinformó y manipuló. Después vendría Bush con su premisa del nuevo mito fundacional: "Con Estados Unidos o con el terrorismo". Un nuevo Nintendo maniqueo. Con Dios o con Alá. La cruzada de Occidente contra la guerra santa islámica. Con el sheriff de Texas como una copia patológica de su adversario. Y reaparecieron la censura y los límites a la libertad de expresión. La mentira del Pentágono como arma de guerra.

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